Sofía y Roberto al fin fueron al parque de atracciones. Desde casa podían ver cómo, entre todas las demás, la noria era la atracción que más sobresalía e imaginaban cómo sería ver la ciudad desde allí arriba. Así que se dirigieron directos hacia ella.
Una vez sentados, la gran rueda empezó a girar, primero iba muy despacio; Roberto se aburría pero Sofía empezó a sentir cómo le subía algo por el estómago al tiempo que se alzaban en su columpio.
– Mira – decía Roberto – ¡qué pequeño se ve todo desde aquí!
Sofía miró, pero sintió un gran vértigo y, cuando empezaron a descender, estaba tan mareada que se tapó los ojos con las manos para no ver cómo caían.
La noria iba cada vez más rápido. Roberto estaba encantado, gritaba de júbilo. Sofía, sin embargo, no podía quitarse las manos de la cara y, lo peor, cada vez estaba más y más mareada. Sólo podía pensar en cuándo acabaría aquel infierno.
Por más que le decía su hermano que se destapase los ojos y mirase lo fascinante de aquel paseo, Sofía no podía evitarlo, sus manos estaban como pegadas a sus ojos… y la angustia y el mareo le recorrían todo el cuerpo.
Hasta que Roberto tiró de sus brazos hacia abajo y le dijo:
– ¡Es la última vuelta de la noria, abre los ojos!
Al oír que era la última vuelta, Sofía sintió un gran alivio y se decidió a destaparse los ojos ya que pronto estaría al fin sobre el firme suelo. Abrió los ojos con mucho miedo, encogiendo el cuello y casi todo su cuerpo pues el terrible mareo parecía que se la iba a llevar volando. Poco a poco fue mirando a su alrededor y, para su sorpresa, cuanto más abría los ojos y más contemplaba la ciudad desde lo alto, su mareo se iba disipando.
– Claro- dijo Roberto – dar vueltas con los ojos cerrados marea mucho más que si los abres y contemplas lo que te rodea. ¡Una y otra vez, ahora desde lo alto, ahora desde abajo…!
REFLEXIÓN:
A veces vivir es como subir a una noria; pasamos tantas veces por los mismos sitios y a tanta velocidad que preferimos taparnos los ojos. Lo curioso es que, igual que en el cuento, cuanto más cerramos los ojos ante lo que nos sucede, más nos marea pues caminamos a tientas dejándonos llevar por las circunstancias.
Cada uno de nosotros, por nuestro carácter, tenemos tendencia a dar un tipo de vueltas, a pasar una y otra vez por lo mismo y esa sensación nos angustia, por lo que decidimos taparnos los ojos y evitar eso que no nos gusta. Pero la angustia sigue ahí y, peor aún, llega un momento en que hasta olvidamos lo que nos angustiaba.
Por eso, si abres los ojos podrás ver cómo esas situaciones que se te repiten nunca son igual pues a veces estarás en lo alto de la noria y las observarás desde una perspectiva elevada, seguramente satisfactoria, y otras veces estarás en lo más bajo y verás lo que te acontece desde esa parte tuya que menos te gusta.
Sea como sea… si decides subir a la noria, abre los ojos y contempla el paisaje, a veces hermoso a veces oscuro, pero siempre… el paisaje de tu vida.